lunes, 20 de octubre de 2008

Hamilton Naki





Hace unos días se cumplió el tercer aniversario de la muerte de uno de los personajes más extraordinarios en la historia de la medicina, alguien cuya esencia sin duda está a la diestra de la de Hipócrates en algún templo del Olimpo. Me refiero a Hamilton Naki, un negro sudafricano que fue el verdadero héroe de la hazaña que en diciembre de 1967 conmovió al mundo: el primer trasplante exitoso de un corazón humano.
La noticia de aquella proeza catapultó a la fama universal al doctor Christian Barnard, jefe del equipo de cirujanos del hospital sudafricano Groote Schuur en donde tuvo lugar la operación. Lo que no se dijo fue que Hamilton Naki retiró el corazón de la donadora y lo preparó para ser trasplantado.
Y no se dijo porque Naki no era, digámoslo así, “médico de los de veras”. Al igual que la etíope Mamitu Gashe –primera autoridad mundial en el tratamiento de fístulas ginecológicas, Naki aprendió cirugía en la práctica. Peor aún: dejó la escuela a los 14 años para emplearse como afanador en la escuela de medicina de Ciudad del Cabo, y viendo cómo los estudiantes de cirugía practicaban en perros y cerdos, aprendió las técnicas y pronto superó a los jóvenes blancos e incluso a sus maestros.
Naki se hizo un cirujano excepcional, a tal punto que Barnard lo requirió para su equipo, en violación de la terrible ley del apartheid, que prohibía a un negro operar pacientes o tocar sangre de blancos. Pero el hospital hizo una excepción para él y lo convirtió en cirujano... clandestino. Pueden estar seguros de que no fue por caridad cristiana. El sistema que tuvo a Nelson Mandela encarcelado durante 27 años y que oprimió a millones de personas sólo por razones raciales, sin duda necesitaba con urgencia los servicios del mejor para una operación que, además de su valor intrínseco, sería utilizada para lavar un poco la cara del sistema frente a una comunidad mundial que lo comparaba al nazismo y lo había excluido de los foros internacionales.
Y Naki era el mejor. Daba clases a los estudiantes blancos, pero ganaba un salario de técnico de laboratorio, el máximo que el hospital podía pagar a un negro. Vivía en una barraca sin luz eléctrica ni agua corriente, en un gueto de la periferia. Enseñó cirugía 40 años y se retiró con una pensión de jardinero, de 275 dólares al mes.
El propio Barnard, quien guardó vergonzoso silencio cuando el mundo lo arropaba en honores como autor y líder de la empresa, reconoció poco antes de morir que Naki tenía mayor pericia técnica de la que él jamás tuvo. “Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido”.
En el 2002, con el fin del apartheid, este héroe fue reconocido oficialmente. Se le expidió un título de cirujano honoris causa, y fue condecorado con la orden de Mapungubwe, uno de los mayores honores de su país, por su contribución a la ciencia médica. Al recibirla dijo: “Se ha encendido la luz y ya no hay oscuridad". Hasta sus últimos días, uno de los mayores cirujanos del siglo sobrevivió con una modesta pensión de jardinero. El cine lo bautizó como “El cirujano clandestino”.
A mediados del 2004 visité el Museo del Apartheid en el barrio negro de Soweto. El recorrido, con un funcionario de la televisión pública sudafricana, fue espeluznante, tan doloroso como aquel que me llevó al Museo del Holocausto en Jerusalén. Pregunté a mi guía cuál era el sentido que el pueblo sudafricano daba a un lugar así. Respondió, con voz quebrada y la vista fija en uno de los testimonios: “Que nunca se nos olvide lo que aquí sucedió… ¡para que jamás ocurra de nuevo!”
Este mundo sería diferente si nuestra memoria histórica no fuese tan flaca y acomodaticia. Todos los días confirmo, en mis clases, en conversaciones con mis colegas y en la lectura de los diarios, que a los mexicanos nos hace falta reconciliarnos con nuestro pasado. Mas para ello primero tenemos que conocerlo. Como ritornelo vuelvo una y otra vez a Santayana, en un ejercicio tan doloroso y extenuante como el de Sísifo: “Quien no conoce la historia está condenado a repetir sus errores”.





Nestes mundos esquecidos, pode estar o GÉNIO que nos solucione o problema do cancro ou que invente uma fonte de energia mais limpa, mas nunca lhes damos, nem lhes daremos, a oportunidade... Finalmente, são africanos e levam tanga.

lunes, 13 de octubre de 2008

Natureza



Um poema do poeta senegalês Birago Diop explica como é a natureza e em que nível a situa o africano:


"Ouve mais as coisas que os seres;
escuta a voz do fogo
escuta a voz da água.
Tem atenção ao vento:
O suspiro no mato
É o voo dos antepassados.

Os que morreram não estão longe,
Estão na sombra espessa.
Os mortos não estão debaixo da terra;
Estão na árvore que ecoa.
E estão no bosque que geme,
Estão na água que corre
tanto como na água dormida,
estão na palhota, estão na barca...

Os que morreram não estão longe...
Os mortos não estão debaixo da terra:
estão no incêndio que se acalma,
estão nas ervas que choram,
estão nas rocas que gritam,
estão no bosque, na lareira:
os mortos no estão mortos".